donde los aromas son más intensos,
pero sólo se pueden percibir poco a poco,
evocando irremediablemente el recuerdo del distante.
El deseo es querer caminar por ese mundo olfativo,
dejándose llevar lentamente por las sensaciones de los sentidos,
aquellos que dicen dónde se comienza y dónde se termina,
pero esto último siempre con más dificultad.
El deseo es palpar con los ojos, mirar con las manos,
oler con los labios y ver con los dedos,
lo tangible e intangible del ser amado,
y del mundo que felizmente o tristemente se habita.
Desear es aventurarse a poseer y a entrañar lo más profundo del ser,
es volar con la mente sobre la geografía anatómica del otro,
y finalmente poder navegar en sus fluídos,
feneciendo en un éxtasis de lujuria y pasión.
John Jairo