miércoles, 29 de febrero de 2012

El corazón delator


MUCHACHOS, RECUERDEN LEER EL CUENTO Y APLICAR LOS ELEMENTOS DE LA NARRACIÓN VISTOS EN CLASE.





El corazón delator
Edgar Allan Poe
¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
-¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!
FIN










Disfrútenlo.

John Jairo Echavarría  Cañas

domingo, 19 de febrero de 2012

Acercamiento a los Estudios Literarios

La idea es que con base en la lectura del texto, elaboren preguntas a éste y a sus autores, concibiendo el proceso lector de manera interactiva y participativa. Dichas incertidumbres, serán planteadas en los cuadernos de cada uno. Recuerden que la lectura implica un proceso conciente y disciplinado, donde habrá que leer varias veces hasta lograr acercarse a la comprensión, no olviden el uso del diccionario. 

Queridos estudiantes:

             Se considera entonces que para hablar sobre literatura, primero, hay que comprender a qué se refiere ésta, por esta razón, se hará un corto recorrido histórico y conceptual con la finalidad de dar cimiento teórico y epistémico a algo que es relativizado en el tiempo y que es de difícil definición.

             La literatura como referente estético, es un fenómeno que siempre ha estado con el hombre, por lo menos desde que el lenguaje surgió, ya que desde la oralidad se incursiona en un mundo diferente donde el ser humano puede evocar, representar y enunciar hechos pasados e imaginarios. Y es que es a partir de la oralidad que la literatura surge, tanto en la antigüedad como en la historia más reciente del mundo de occidente, como fue el caso de los cantos del Roldan, los cuales se dieron en Francia y de muchas otras obras o cantares que reflejaron y embellecieron la idiosincrasia de los pueblos europeos, algunos de ellos fueron: Cantar de los Aliscanos (Francia), Cantar de los nibelungos (Alemania), el Cantar de las huestes de Ígor (Rusia) y el Cantar de Mio Cid (España), el cual constituye el legado más antiguo de la lengua castellana, siendo España especial aventajada sobre las demás naciones, por conservar casi completa esta epopeya, en la cual se muestra al héroe como el reflejo de los valores e ideologías de la comunidad, siendo un elemento formador de una sociedad y de unas personas identificadas en él y la obra. Es de esta manera que la literatura es utilizada y pensada como una herramienta formadora no sólo de hombres sino también de pueblos, de  naciones, donde la identidad de éstos juega un papel relevante en la evolución inmediata o a largo plazo de un país.

             Sin embargo, la literatura como objeto de estudio sólo es posible registrarla desde los griegos, ya que, ellos fueron los primeros que centraron sus estudios en dicho fenómeno, más en la oralidad que en la escritura, donde el logos deambula por los entes poetizando y haciendo del discurso una alameda de cantos, danzas y alabanzas.

             En este orden de ideas, Platón y Aristóteles fueron los primeros que hablaron y se centraron en el análisis literario, el primero consideraba  que la literatura existía cuando había un relato, es decir una diégesis, además ésta era concebida para él como un medio para lograr unos fines determinados. Así pues, para Platón había otro elemento que era indispensable, éste era la mímesis, la cual consistía en el hecho de imitar, Platón llamó a estos conceptos modos de enunciación, donde la mimesis para él era considerada como funesta en el sentido en que no permitía que cada individuo tuviera una función particular. Sin embargo, Platón en el capítulo III de La República, habla de la función mimética de la narración, donde lo evocado hace alusión a hechos épicos y de personajes victoriosos y divinos, siendo así de esta forma un hecho excluyente y clasista. Para Platón este fenómeno debía tocar a todos los miembros de una sociedad, aunque el sentido del momento fuera formar para la guerra.

             Por otra parte, Aristóteles es considerado como el primer precursor de la literatura, sólo que este concepto no era identificado como se conoce hoy, sino que él le daba el nombre de la poética.

             En La Poética de Aristóteles, en los 5 primeros capítulos, se identifica la búsqueda de la literatura, él también consideraba la mimesis como elemento fundamental, sólo que desde diversas formas, las cuales se referían a la poesía.

             De los diferentes géneros literarios, el dramático era el más relevante para Aristóteles, especialmente la tragedia, ya que ésta originaba una catarsis (purificación) en los espectadores siendo así el elemento fundamental evocado muchas veces hacia el aprendizaje y la formación. Para  Aristóteles, la tragedia es la evolución máxima de los géneros literarios. En ésta, la imitación (mimesis) está orientada hacia las acciones de los mejores, en este sentido Aristóteles consideraba que la belleza era un elemento de la nobleza y las divinidades.

             El autor creía que por medio del arte el hombre podía acercarse a ciertas acciones que son repugnantes, donde la acción de purificación es ocasionada por la representación e identificación de los espectadores en la obra.

             En cuanto a la poesía, ésta era considerada como creación, representación y como arte mimético. En este sentido,  es importante la relación que la poesía tiene con la realidad, puesto que la exalta, en sus dolores y glorias, como un puente de remembranza y de posesión o identificación con lo que la historia representa en el hombre.

             En La Poética Aristóteles expresa que la poesía se origina con la unión entre la armonía, el ritmo y el deseo de imitar, lo cual da cuenta de los fundamentos antropológicos de la poesía, donde el hombre tiende a imitar y a representar, siendo ésta última un medio de aprendizaje. Desde La Poética se propone una visión teleológica  de la poesía, ya que, para Aristóteles y para otros filósofos, el universo era explicado desde las causas (géneros literarios). En la palabra, se consideraba que estaba la herramienta para imitar las acciones humanas o divinas. Además, Aristóteles creía que la poesía no dependía de la forma y que por el contrario no todo lo que estaba en verso era poesía.

             Aunque las primeras reflexiones acerca del hecho literario se hayan pensado en Grecia, sólo es hasta los formalistas rusos que se moldea el concepto de literatura tal cual se conoce en la actualidad. Esta situación es pensada y reflexionada por los OPOIAZ,  de los cuales se retomará a Jakobson, puesto que éste fue uno de los principales  precursores del estudio de la literatura en la época moderna.

             En Lingüística y Poética (1958), Jakobson hace alusión a una conferencia dada en la Universidad de Indiana. Allí aborda lo lingüístico y lo literario, bajo la primicia de qué es la literatura,  plantea lo lingüístico debido a que desde la influencia de Ferdinad de Saussure, en la lingüística era necesario abordar la literatura desde allí, puesto que son dos elementos que comparten el uso de la palabra.

             En dicho discurso también introduce la cuestión poética. Sin embargo, hace una distinción de este concepto con relación al planteado por Aristóteles, donde sufre una resemantización y pasa a ser una cuestión sobre el estudio literario. Jakobson tiene como objeto señalar las diferencias del acto verbal de las demás artes y plantea que la poética no está ligada a las cuestiones de valoración. En este orden de ideas, el especial interés por la forma, que la diferencian de otros discursos, es lo que Jakobson llama función poética, la cual se centra en el mensaje. Así pues, la Poética desde los formalistas es la ciencia que estudia el fenómeno literario.

             Para Jakobson estos estudios eran de carácter sincrónico, lo cual se oponía a las concepciones que hasta el momento estaban establecidas y en este sentido y desde la estructura literaria de los formalistas, se les critica que la parte del contenido fuera subordinada por la forma, originando de esta manera, la coyuntura entre la forma y el contenido

             Tiempo después y como análisis literario, Eagletón (1999) en Introducción a la Literatura propone algunas posturas en su afán por definirla, él consideraba como primer postulado el hecho ficticio como elemento  indispensable en la literatura, puesto que los mundos creados desde este discurso siempre serán elementos de la ficción; sin importar que estén basados en la realidad, cuando pasan al texto no son más el hecho real, sino que  se convierten en un hecho ficticio, son otros mundos, aunque tocados, matizados e incididos por la carga material y semántica del mundo de la vida y de las diferentes imágenes que los individuos y los colectivos forjan y apropian como patrimonio cultural.

             Para Eagletón, la literatura no puede ser definida sólo desde lo lingüístico, por lo cual su postura choca de frente con los postulados de los formalistas rusos, y por el contrario abre otra senda acerca de la definición de lo literario. Él considera que acercarse a dicho concepto implica aceptar que éste es un producto de la ideología social, ya que  en Introducción a la Teoría Literaria, manifiesta que dicha concepción debe ser perdurable o modificable en el tiempo y así mismo las diferentes expresiones artísticas, más hacia lo perdurable; él también habla de la universalidad de las temáticas, hechos y personajes a la hora de definir este fenómeno y como última primicia comparte la idea de que el uso del lenguaje debe ser primordial a la hora de definir lo literario, sin embargo cree que no es la única concepción así como lo planteaban los formalistas rusos.

             Así como se ha visto en esta disertación, la literatura es una experiencia que puede tener muchas interpretaciones e idealizaciones, sin embargo los anteriores han sido los autores más influyentes en la definición de dicho elemento, y en este sentido hay una idea básica del hecho literario y de lo que implica éste en los procesos comunicativos que se dan en el aula o en cualquier espacio donde dos o más personas interactúen, claro está desde las concepciones occidentales sobre dicha temática.

VOCABULARIO

  • Epistémico: Referente a la epistemología, donde se reflexionan los fundamentos y métodos del conocimiento científico (ciencia)
  • Epopeya: Manifestación literaria caracteriada por estar escrita en verso y por representar a un pueblo o nación desde la cosmovisión de un héroe, el cual representaba los intereses de dicha nación. Su periodo de escritura perteneció a la edad media alrededor del siglo X en adelante.
John Jairo Echavarría Cañas